jueves, 20 de marzo de 2014

Un maestro nabatero

Hoy vuelve a ser un día triste para la familia nabatera. Hace poco se nos fue Miguel, y ahora José Pallaruelo se ha marchado, el mismo día de su santo, y con él un montón de sabiduría y experiencia en el entrañable oficio de nabatero.

Todo lo que sabemos los nabateros del Gállego se lo debemos a los del Sobrarbe, todo lo hemos aprendido de ellos, gracias a su gran generosidad; puesto que en la Galliguera, cuando decidimos recuperar este oficio, ya no quedaba nadie que hubiera bajado el río sobre la madera y ellos tenían la suerte de contar con personas como José, que había sido nabatero, y que como todos los nabateros, nunca dejaría de serlo: bajara o no bajara el río.
El día anterior al descenso del Gállego en nuestra segunda bajada, después del duro trabajo dirigido por la sabiduría de los experimentados nabateros del Cinca, cuando ya teníamos los trampos de la nabata acoplados, decidimos probar en el agua la maniobrabilidad de los remos. Empezaba a llover y estábamos muy cansados, así que en cuanto termináramos, recogeríamos y marcharíamos. Nada más meter el remo en el agua, éste crujió: ¡se había partido! No nos lo podíamos creer… Y no teníamos más remos. Así que nuestros nabateros decidieron sacar un remo de uno de los maderos sobrantes. Aún recordamos la cara de José Pallaruelo y de Pepe Buesa… eran todo un poema; para nada creían que nuestros principiantes nabateros fueran capaces de hacer esa hazaña… Cuando vieron cómo lo enjaretaban y empezaban a darle forma, José se sacó un cigarro, lo encendió y se sentó. Con ese sencillo gesto nos había dado su aprobación, empezaba a confiar en nuestras posibilidades como nabateros.
Desde entonces empezó una maravillosa relación de cariño con él. Siempre esperábamos su beneplácito, y José, hombre de pocas palabras, nos lo transmitía de una forma u otra. Nos enseñó este oficio como todo un arte, hacía de él toda una liturgia, todo como se hacía antaño sin cambiar nada: una cuerda de escalar en vez de una soga nabatera era un sacrilegio, o no llevar astral, y a zenziella bien rematada...
Además José tenía la habilidad de hacer que pareciera fácil lo que para los demás era difícil: retorcía y remallaba los berdugos como si no le costase ningún esfuerzo, demostrándonos una vez más su experiencia y su saber hacer. Cuando las nabatas bajaban por el río no dejaba de decir “reman de más, hay que dar las remadas justas”. Cuando esto era un oficio y los trayectos que recorrían eran muy largos, debían reservarse las fuerzas, además una remada de más era muy difícil de corregir. ¡Era todo un maestro!
¡Cuánto nos enseñó, y con cuánto cariño lo hizo...! Cada año cuando nos juntábamos a trabajar, encontrarnos de nuevo con él era tremendamente gratificante para todos nosotros.
En el Cinca se han quedado un poco huérfanos, pero en el Gállego también, porque ellos han tenido muchos nabateros que les han dejado su impronta, pero para nosotros José fue tremendamente especial, pues sin nabatear en nuestro río hizo suyo nuestro entusiasmo, siempre nos alentó y nos contagió  una forma muy especial de vivir el río.

Gracias una vez más a todos los nabateros del Sobrarbe que tanto nos han enriquecido con su sabiduría, su amistad, y por habernos enseñado a respetar este oficio; pero especialmente a José, que nos supo transmitir la esencia nabatera, el amor a un estilo de vida vinculado a la madera y al río.

José, tuvimos mucha suerte de conocerte y de compartir contigo momentos tan maravillosos. Tu sonrisa seguirá iluminándonos en todos nuestros descensos sea cual sea el río que naveguemos.